domingo, 8 de marzo de 2009

El mito romántico del bandolero andaluz: los viajeros románticos y José María El Tempranillo


Cuenta Julián de Zugasti que, hacia 1870, cuando fue nombrado gobernador de Córdoba e intentaba acabar con el bandolerismo andaluz, bandolerismo que aún continuaba actuando en esa época y llevaba a cabo múltiples secuestros, asesinatos y extorsiones de todo tipo, se entrevistó en la cárcel cordobesa con uno de estos bandidos, apodado el Garibaldino, con el que mantuvo una larga conversación, en su intento de conseguir información para neutralizar en lo posible las mencionadas acciones antisociales que los malhechores realizaban habitualmente en el sur de la provincia de Córdoba, así como en las provincias limítrofes de Granada, Málaga y Sevilla. En un momento de la conversación sale a relucir la figura de José María el Tempranillo, como posible prototipo del bandido andaluz. He aquí un fragmento:

Cierta noche prolongué mi visita en la cárcel más de lo acostumbrado, departiendo con el Garibaldino, y habiendo yo de antemano hecho recaer la conversación sobre las aventuras, vida, carácter y rasgos generosos de algunos célebres bandidos, entre los cuales cité naturalmente al famoso José María.
Al citar este nombre convino conmigo en que había manifestado en alguna ocasión rasgos plausibles; pero añadió en seguida, con expresión desdeñosa, que, aparte el valor, era una figura muy vulgar, sin elevación alguna, sin grandeza de miras, y sin aquella intención social que sólo puede concebirse en un espíritu verdaderamente superior, ilustrado además por la educación y la cultura.
Confieso francamente que llamó sobremanera mi atención la inesperada frase de intención social, y en aquel momento, por una inevitable asociación de ideas, me acordé del famoso drama de Schiller, titulado Los bandidos, en que se idealiza hasta el extremo la ruptura de todo vínculo con la sociedad, bajo el pretexto de reformarla, y maquinalmente exclamé:
-¡No era posible que José María fuese un Carlos Moor!
-¡Es cierto! ¿Conoce usted ese gran drama? preguntóme el antiguo capitán Garibaldino.
-Sí, le conozco.
-¡He ahí la realización y apoteosis del ideal, que siempre he llevado en mi corazón y en mi mente! ¡Qué concepción tan gigantesca! ¡Qué tipo tan simpático y maravilloso!
Y el capitán Mena, con los ojos radiantes y con trágica entonación, comenzó a recitar en alemán largas tiradas de versos de este bellísimo y a la par deplorable drama.
Yo, entre tanto, le contemplaba silencioso, admirado y afligido.
Cuando hubo terminado sus recitaciones, exclamó:
-¡Carlos Moor es el verdadero bandido, bueno y honrado!
-¿Qué quiere usted decir?
-Que el verdadero bandido es aquel que, por la fuerza o por la astucia, viola las leyes, frecuentemente defensoras del privilegio y enemigas de la justicia, con la intención de proteger a los humildes y abatir a los soberbios, llegando a ser así la espada de la Providencia para corregir las irritantes y enojosas parcialidades de la fortuna, o por mejor decir, del crimen afortunado. Por eso, José María, Diego Corrientes y otros despojaban a los ricos para favorecer a los pobres, y bajo este aspecto eran verdaderos bandidos y merecen la fama que rodea sus nombres; pero lo eran por sentimiento, por instinto, alguna vez por casualidad, y siempre sin la conciencia y alcance moral y social de sus actos.»
Julián de Zugasti, El bandolerismo. Estudio social y memorias históricas,Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1876, tomo II, 2.ª edición, pp. 268-270.

La curiosa conversación entre el gobernador civil de Córdoba y el bandido prisionero sigue aún en términos parecidos, aspecto que resulta altamente paradójico, porque hablan, como hemos visto, de amena literatura e intentan conciliar de alguna manera el prototipo del bandido que presenta Schiller con la realidad de algunos bandoleros andaluces, entre los que se incluyen José María el Tempranillo y Diego Corrientes. Interesa, por el momento, recordar este dato: una pieza teatral plenamente romántica y unas actitudes personales más o menos históricas que se conforman parcialmente con un héroe literario. Resulta también un poco chocante el gran conocimiento que de la obra alemana manifiesta el bandido, pero en otro lugar se dice que su formación cultural es bastante amplia, algo también atípico entre los malhechores.
El personaje protagonista del drama de Schiller, el mencionado Carlos Moor, presenta entre los rasgos que configuran su personalidad esa fatalidad, tan romántica, de sentirse inerme ante los impulsos del destino, de la misma manera que lo está nuestro don Álvaro, sometido a la fuerza del sino, en la obra del Duque de Rivas, o algunos otros personajes marginales, como la prostituta, según he estudiado no hace mucho tiempo. Hay, al parecer, un hado trágico que planea sobre estos personajes y que los determina a convertirse en seres fuera de la ley, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Algo de esto se advierte claramente en el personaje de Schiller, que se lamenta de su suerte en un dramático monólogo, al que pertenecen estos versos según una traducción española de los años treinta:

¡Moor no tiembla!
El pavoroso cuadro de mis crímenes
lo ha trazado el Destino inexorable
con su mano inflexible, y fue engarzando
eslabón a eslabón a su cadena
perdurable y tenaz... ¡Oh, quién alcanza
a penetrar la génesis del hombre!
[F. Schiller], «Monólogo de Moor»,trad. de J. Jurado de la Parra, La Esfera, 13 diciembre 1930, n.º 884, p. 31.

Zugasti concluye aquella conversación con el Garibaldino, al que también se le llama el capitán Mena, afirmando que el mejoramiento de la sociedad no puede hacerse por medio de actos delictivos: «yo sólo me limité a decirle -escribe el gobernador de Córdoba- que el mismo Schiller calificaba de insensata la tentativa de mejorar el mundo por el crimen y afirmar las leyes por actos ilegales; pero dejando esto aparte, añadí, no hay duda en que, a veces, es digno de admiración el valor y el ingenio que demuestran esos desgraciados que, más bien por una cruel fatalidad, que por perversión de alma, se colocan fuera de las leyes en abierta lucha contra la sociedad»3. Como puede verse también el gobernador achaca el origen de algunos actos delictivos ocasionalmente a la fatalidad, a aquel fatum clásico que determinaba trágicamente la vida de las personas.
Retomemos una de las frases de esta importante autoridad civil cordobesa que escribe sus relatos con profundo conocimiento de causa: «es digno de admiración el valor y el ingenio que demuestran esos desgraciados». En este sentido, ha sido tomada con frecuencia la figura del bandolero, como algo admirable por su valor y por su ingenio, por su gallardía e incluso por su bondad, de tal forma que, en muchas ocasiones, se le tributaba una rendida admiración, sobre todo por parte del pueblo llano, hasta el punto de que muchas de estas figuras alcanzaban las dimensiones y los rasgos propios de los grandes héroes populares. Es posible que nuestro bandolero cordobés José María el Tempranillo tuviese en el aprecio popular cotas similares a las que en Inglaterra ofrece Robin Hood, aunque le ha faltado al Tempranillo el tratamiento legendario que tiene el mitificado bandido inglés.
De este aprecio popular dan fe muchos textos divulgados de forma oral o en pliegos de cordel, así como diversos cantares flamencos, y ya en nuestra época, por el frecuente tratamiento que tuvo en el cine, oportunidad que bien hubiera podido consolidarse en todo un género específico, el de bandoleros andaluces, si se hubiera tenido la reiteración y el acierto que ha acompañado a otros géneros con los que comparte numerosos rasgos, como es el western o películas del oeste americano. En este sentido, sobre la figura de José María el Tempranillo se han rodado en España hasta cuatro versiones, que sepamos4: la más antigua, una versión muda dirigida por José Buchs, hacia 1926, de la que no tenemos apenas noticias; después se rodaron José María el Tempranillo, de Adolfo Aznar, en 1949, y José María, de José María Forn y Llanto por un bandido, de Carlos Saura, ambas en 1963. A esto hay que añadir las versiones cinematográficas realizadas en torno a Diego Corrientes, Los siete niños de Écija, e incluso La duquesa de Benamejí, según el texto teatral de Antonio y Manuel Machado, cuyo personaje central, Lorenzo Gallardo, está trazado con una referencia casi continuada a José María, tal como hemos tenido ocasión de señalar en otro lugar. Un género que los aficionados hubiéramos deseado de más calidad, con mejores intérpretes y directores. Por otra parte, hay que indicar que en nuestros días el aura mítica que rodea a personajes y actores del cine nos parece obvia, no necesita comentario, cuanto más si se trata de entes reales o de ficción que fallecen jóvenes. Baste recordar los casos de Marilyn Monroe, James Dean o Montgomery Clift, mucho más mitificados que Elizabet Taylor, por ejemplo. José María tiene ese atractivo adicional: muere trágicamente en plena juventud, con unos 28 años, después de una intensa carrera de bandolero, cuando había cambiado su forma habitual de vida al margen de la ley por una más segura al servicio del rey, extremo que nos desencanta un tanto porque desentona claramente con la visión romántica del bandido generoso e irreductible.
Pero volvamos a los textos de transmisión culta, en los que se nos da una visión más o menos positiva de José María, que no tiene que coincidir forzosamente con la realidad de los hechos históricos, pero que en verdad es lo más accesible y casi lo único que nos queda, salvo unos pocos documentos fríos que es necesario interpretar y situar en su contexto. Como en muchas otras cuestiones, lo que se transmite y lo que permanece en la memoria colectiva del pueblo no es lo que realmente fue, sino la interpretación legendaria y la consiguiente deformación a que se ven sometidos determinados sucesos.
En 1861 se publicaba en Leyden uno de los libros más importantes de historia sobre el período árabe hispánico, la Historia de los musulmanes de España, de Reinhardt P. Dozy, equiparable por sus modernos editores a aportaciones monumentales como la Historia de Roma, de Mommsem, o como Decadencia y ruina del Imperio Romano, de Gibbon. Allí puede leerse a propósito de los bandidos andaluces y más concretamente del bandolero de Jauja: «los ladrones no matan más que al que se defiende; urbanos y respetuosos, sobre todo con las señoras, despojan al viajero con todo miramiento. Lejos de ser menospreciados, gozan de gran consideración entre la multitud. Se alzan contra las leyes, se declaran en rebeldía contra la sociedad, aterrorizan los lugares que explotan, pero gozan de cierto prestigio, tienen cierta grandeza; su audacia, su genio aventurero, su galantería, agradan a las mujeres más asustadizas; y si caen en manos de la justicia y los ahorcan, su suplicio inspira interés, simpatía, compasión. En nuestros días se ha hecho famoso José María como capitán de ladrones, y su memoria vivirá mucho tiempo en la de los andaluces como el ladrón modelo». Dozy recuerda a continuación algunos hechos de la vida del bandolero: «Una casualidad lo llevó a esta vida. Habiendo hecho una muerte en un momento de coraje, huyó a la sierra para escapar a la justicia, y no quedándole más recurso que vivir de su escopeta, organizó su partida, adquirió caballos y empezó a robar a los caminantes. Bravo, activo, inteligente y perfecto conocedor del país, supo salir bien en todas sus empresas y escapar a las persecuciones de la justicia». Sigue diciendo el historiador que en todas partes contaba con cómplices juramentados, que siempre disponía de hombres de sobra para suplir las posibles vacantes de su partida y que incluso tenía partidarios entre los magistrados que se encargaban de administrar justicia. Como puede observarse, el tratamiento que hace el historiador alemán no puede ser más positivo.
Previamente Dozy había hecho un encendido elogio del paisaje en el que solían desarrollarse muchas acciones de las partidas de bandoleros, que él situaba en los parajes localizados entre Córdoba y Málaga, en un país bello pero salvaje, atravesado por el Genil, cercano a la serranía de Ronda y de Málaga: «es la parte más romántica de Andalucía -escribe Dozy en una hermosa descripción poética-. Ora salvaje y grandiosa, inspira esta cadena de montañas una especie de terror poético con sus majestuosos bosques de encinas, de alcornoques y de castaños, sus sombríos y profundos barrancos, sus torrentes que se precipitan con estruendo de precipicio en precipicio, sus antiguos castillos medio arruinados y sus lugares suspendidos en la pared de rocas cortadas a pico, cuyas cimas están desnudas de vegetación y cuyos costados parecen ennegrecidos y carcomidos por el rayo; ora riente y suave, toma un aire de fiesta con sus viñas, sus prados, sus bosquecillos de almendros, de cerezos, de limoneros, de naranjos, de higueras y de granados, sus florestas de adelfas en que se cuentan más flores que hojas, sus riachuelos vadeables que serpentean con encantadora coquetería», etc.
Es una naturaleza salvaje y sugestiva, hondamente romántica, un marco agreste y grandioso en el que se encuentran los bandoleros, hombres fuera de la ley, personajes marginales, tan caros al movimiento señalado porque simbolizan la libertad y la independencia con que sueñan muchos hombres de la época. En períodos de absolutismo y gobiernos despóticos o autoritarios lo que se suele echar más de menos es la libertad.
No hay que olvidar tampoco, al hilo de lo que venimos señalando, que España se pone de moda como país romántico, desde la primera mitad del siglo XIX, tal como recordaba mucho más tarde un teórico del movimiento, Theophile Gautier: «Silencio era lo único que había sobre este bello país cuando la escuela romántica lo puso de moda a través de los Orientales de Víctor Hugo, los Contes de Alfredo de Musset, el Théâtre de Clara Gazul, y las Nouvelles de Merimée. [En una de ellas, como luego veremos, se hace una descripción de José María]. Se estudió el Romancero, las obras de Calderón y [se amplió] el interés rápidamente de la poesía a las restantes artes [...] se volvió hacia la Edad Media, las catedrales, los caballeros armados... y ningún país mejor que España realizaba este ideal caballeresco y católico... España es el país romántico por excelencia, ninguna otra nación ha tomado menos de la Antigüedad...» [El texto de Gautier es de 1880].
Coincidiendo en el tiempo con el texto antes citado de Dozy, al que se suele considerar una aportación profundamente seria como corresponde a la obra de un prestigioso historiador alemán, tenemos también una visión de carácter más literario: unos romances sobre José María que se escriben en París, obra de un joven poeta, quizás exiliado y bastante influido por el romanticismo ambiental, llamado José de Olona Gaeta, que presenta también al personaje como un bandido generoso, sentimental y enamoradizo. Su poema, titulado «José María», se compone de cuatro partes tituladas respectivamente: José María, la ermita, el robo y la despedida; se incluye en el libro Recuerdos de Andalucía. Romances. Costumbres, tipos, trajes, que se editó en Barcelona, en 1862.
El prestigio de nuestro bandido, aumentado como señalábamos a causa de su trágica muerte a la temprana edad de veintiocho años, es un dato que se documenta también en algunos textos más cercanos al momento histórico del personaje, como puede verse en un artículo aparecido en la revista malagueña El Guadalhorce, el 19 de mayo de 1839, titulado «El guarda de camino», obra de Pedro Gómez Sancho, en el que se indica lo siguiente: «La Andalucía fértil en todas las producciones de la naturaleza, risueña y ardiente como su cielo, ha sido también fecunda en esta clase de hombres célebres, cuyo heroico vandalismo ni ha carecido de poetas que lo canten, ni de Mecenas que lo patrocinen. Francisco Estevan [sic], Pizón, Currito López, el Chato Núñez, José María y otros mil son todavía nombrados con veneración y asombro». Algunos de estos bandoleros nos son prácticamente desconocidos a los que nos ocupamos del tema en la actualidad, aunque hay dos oriundos de esta zona: Francisco Esteban, de Lucena, y José María, de Jauja. Y añade seguidamente el periodista algunas causas de su prestigio entre la gente: «Y no hay remedio. ¿A qué mozalbete animoso no le chispeará la sangre en el cuerpo, cuando vea pasear las calles de su lugar a uno de esos hombrarras haciendo piernas en su jaca cordobesa ricamente enjaezada, y llevando encima un parque portátil de armas prohibidas? ¿A qué corazón un poco ambicioso de gloria no causarán envidia el lujo de los relicarios y botonaduras, el honor de ser pregonado y el despejo y maneras cautivadoras con que saben estos campeones proporcionarse relaciones íntimas con personas de su rango? Por otra parte, ¿cuánto no conmoverá a un alma sensible la virtud de esos penitentes del desierto, que saben convertir el camino que frecuentan en una devota vía crucis? [nótese la ironía de la frase] Tan poderosos estímulos no deben ser perdidos para la juventud ardorosa y vividora de Andalucía». Finalmente señala las dos soluciones que tiene la vida del bandido; la muerte en combate o el ser guardián de diligencias, el último parece haber sido el destino de José María. «De estos socios de a caballo -escribe- el que no sucumbe en su noble misión, o no cierra el último período de su vida romancesca con un trozo de elocuencia patibularia, [nótese de nuevo la ironía, referida a los cuartos en que solían dividirse los cuerpos de los bandoleros], viene a tomar su jubilación o de pararrayo de una diligencia o de fiel de fechos de un camino».
Ahora bien, ¿de dónde surge realmente esta imagen romántica del bandido andaluz, cargada de connotaciones positivas?
La consolidación textual del mito así como la consiguiente divulgación literaria del personaje se debe fundamentalmente a un novelista francés que fue viajero en diversas ocasiones por España, Prosper Merimée, aunque también colaboraron en esta difusión un dibujante inglés, John Frederic Lewis, y otro viajero de la misma nacionalidad, Richard Ford.
Los datos y las anécdotas más abundantes y divulgados se deben sin duda a Merimée y se incluyen sobre todo en una carta literaria, fechada en Madrid, en noviembre de 1830, cuando aún estaba vivo José María, y publicada en la capital francesa algún tiempo después, concretamente en la Revue de Paris, el 26 de agosto de 1832. Allí escribe: «El modelo del bandolero español, el prototipo del héroe de los caminos reales, el Robin Hood, el Roque Guinart de nuestro tiempo, es el famoso José María, apodado el Tempranito [sic] (le Matinal). Es el hombre de quien más se habla desde Madrid a Sevilla y desde Sevilla a Málaga. Guapo, valiente, cortés, tanto como puede serlo un ladrón, así es José María. Si detiene una diligencia, da la mano a las señoras para que bajen y se preocupa de que estén cómodamente sentadas a la sombra, pues la mayor parte de sus hazañas se realizan de día. Nunca un juramento, nunca una palabra grosera; por el contrario, consideraciones casi respetuosas y una cortesía natural que nunca se desmiente. Quita una sortija de la mano de una mujer: "¡Ah, señora! -dice- una mano tan bella no necesita adornos". Y mientras desliza la sortija fuera del dedo, besa la mano de un modo capaz de hacer creer, según la expresión de una dama española, que el beso tenía para él más valor que la sortija. Ésta la cogía como por distracción; pero el beso, por el contrario, hacía que durase largo tiempo. Me han asegurado que siempre deja a los viandantes dinero suficiente para llegar a la ciudad más cercana, y que jamás ha negado a nadie permiso para quedarse con una joya de especial valor para el interesado por ser un recuerdo».
Seguidamente incluye una descripción del personaje: «Me han descrito a José María como un mocetón de veinticinco a treinta años, bien formado, de fisonomía abierta y risueña, dientes blancos como perlas y unos ojos extraordinariamente expresivos. Viste habitualmente el traje de majo, de grandísima riqueza. Su ropa está siempre resplandeciente de blancura, y sus manos honrarían a un elegante de París o de Londres».
Estas referencias (y muchas anécdotas que omitimos en esta ocasión) se completan con un episodio de no mucha relevancia perteneciente a su obra más famosa, al menos en España, la «nouvelle» titulada Carmen, novela corta que apareció en 1845, coincidiendo con la recepción del autor en la Academia Francesa. Se trata de un personaje en el que el narrador quiere reconocer al bandolero y al respecto escribe: «a fuerza de observar a mi compañero llegué a aplicarle la filiación de José María, que había leído en los edictos de muchas poblaciones andaluzas. "Sí es él, de seguro... Pelo rubio, ojos azules, boca grande, hermosa dentadura, manos pequeñas; la camisa fina, una chaquetilla de terciopelo con botones de plata, polainas de cuero blanco, caballo bayo... ¡No cabe duda! Pero respetemos su incógnito».
El retrato que nos ha dejado Merimée nos parece un poco idealizado, como corresponde a una obra de ficción; de él nos dice, como hemos visto, que era rubio, con ojos azules, francamente guapo. Hay otras descripciones que no coinciden con ésta, así el Marqués de Coustine, en una carta fechada en Ronda, el 20 de junio de 1831, nos lo presenta como un hombre moreno: «Es -señala- pequeño, llenos de carnes, con el pelo negro, colorado de cara, dotado de una actividad y audacia sorprendentes». Parece ser que lleva parte de razón el primer autor: al menos parece cierto que era rubio, tal como se desprende de una circular que desde Sevilla emite el Capitán General de Andalucía don Vicente Genaro Quesada, el 24 de agosto de 1830, en la que se indica que este bandido no puede ser objeto de indulto, al mismo tiempo que se le describe: «No será [...] admitido [...] al indulto del artículo anterior, José María (a) el Tempranillo, natural de Jauja, casado en Torre Alháquime, de estatura de cinco pies escasos, grueso, rubio, el labio superior un poco levantado, alegre de cara, y de edad treinta y un años». Obviamente en la edad se equivoca el documento oficial, ignoramos la fiabilidad que pueden tener los otros datos.
También a Prosper Merimée se deben noticias más o menos fidedignas sobre el final del bandido. En una postdata a la carta antes señalada, cuando vuelve a publicarse el texto en 1842, se le añade lo siguiente: «José María murió hace varios años. En 1833, con motivo de la prestación de juramento a la joven Reina (sic) Isabel, el Rey Fernando otorgó una amnistía general, de la que quiso beneficiarse el célebre bandolero. El Gobierno hasta le concedió una pensión de dos reales diarios para que se quedase quieto. Como esa cantidad no era suficiente para las necesidades de un hombre que tenía muchos vicios elegantes, se vio obligado a aceptar un puesto que le ofreció la Administración de las diligencias. Se hizo escopetero y se encargó de hacer respetar los coches que él había desvalijado tan a menudo. Todo fue bien durante algún tiempo: sus antiguos compañeros le temían o le trataban con consideración. Pero un día unos bandoleros más resueltos detuvieron la diligencia de Sevilla, aunque en ella iba José María. Los arengó desde lo alto de la baca; y el ascendiente que tenía sobre sus antiguos cómplices era tal que parecían dispuestos a retirarse sin violencia, cuando el jefe de los ladrones, conocido por el apodo de el Gitano (Bohémien), otrora lugarteniente de José María, le disparó un tiro de escopeta a quemarropa y le mató in situ».
Como vemos, el escritor francés transmite una parte considerable de lo que se sabe a propósito del personaje, aunque con errores históricos.
Por lo que respecta a Ford y al dibujante Lewis podemos indicar de forma muy resumida la gran admiración que siente el primero por José María, hasta tal punto que quiere conocerle personalmente y recuerda en una de sus cartas, de agosto de 1832, que «José María es ahora un hombre de bien, viviendo como un honesto caballero retirado, de honorable y laboriosa profesión, gozando de otium cum dignitate, el rico premio a una meritoria industria en Estepa». En otra carta, del 6 de mayo de 1833, cuenta que el personaje fue a verlo a su propia casa: «Le recibí como merece un hombre de méritos, y le regalé una pistola, con la que probablemente, si me encuentra en la carretera, me matará. Lewis, que está todavía conmigo le hizo un dibujo -un tipo fino y bien plantado hecho para ser el rey absoluto de Andalucía». Fue en esta ocasión, en 1833, cuando Lewis hace el conocido retrato de José María.
También habla Ford de que se entrevistó en Jerez con el cuñado del que había calificado como Rey de Andalucía, título que luego retomaría Manuel Fernández y González para su extensa novela. También el cuñado, Frasquito el de la Torre, ha seguido el ejemplo de José María: «Allí -en Jerez- sostuvo una larga entrevista con Frasquito de la Torre y sus 11 bandoleros. Todos son ahora hombres de bien, indultados y en persecución de los malhechores; tiene como misión limpiar Andalucía de ladrones».
Y en fin, fue en Jauja (Lucena), un pequeño lugar de la provincia de Córdoba, donde vio la primera luz el que andando el tiempo sería conocido como José María El Tempranillo, que en realidad se llamaba José Ignacio Hinojosa Cobacho, y fue bautizado en la Iglesia Parroquial de Señor San José de esta localidad por el cura don Francisco José de Párraga y Mármol, el día 24 de junio de 1805, y había nacido cuatro días antes, el 21 del expresado mes. Su madrina fue Isabel de la Cruz y sus padres Juan Hinojosa, de 25 años, de oficio jornalero, y su madre María Cobacho, de veinte años. La partida de bautismo23 incluye también los nombres de los abuelos: paternos, José Hinojosa y Ana Santaella, y maternos, Francisco Cobacho e Inés Cobacho. Al parecer el propio padre de José María se dedicaba a una tarea similar a la que luego haría conocido a su hijo, aunque en la misma ocupación había tenido algunos precedentes también lucentinos, que dejaron igualmente huella literaria, como el famoso Francisco Esteban de Castro, más conocido como el guapo Francisco Esteban, natural de la ciudad de Lucena. Los sesudos historiadores añaden que los descendientes de José María que hoy viven en el pueblo son personas perfectamente respetables.
No había, sin embargo, ningún motivo especial para que Jauja, este pueblo de nombre tan evocador, fuese la cuna de José María, honor, un tanto dudoso honor, que bien hubiera podido recaer en cualquier otro lugar de esta zona tradicionalmente deprimida desde el punto de vista económico y alejada de las grandes vías de comunicación, proclive por lo tanto al contrabando y al bandolerismo.
La historia es inamovible, no debe reescribirse como se ha hecho o se ha intentado hacer en algunas ocasiones; ante la realidad de los hechos sólo queda su aceptación y la investigación de las causas que los motivaron. José María el Tempranillo pertenece en principio a la historia particular de Jauja y, desde aquí, a la historia del bandolerismo andaluz y a la de los mitos populares, adquiriendo en algunos períodos un carácter casi universal. Un tratamiento objetivo y respetuoso del personaje y de su época nos dará un conocimiento aproximado, más o menos exacto de lo que fue en realidad, de lo que supuso para sus coetáneos y de lo que ha significado para las generaciones posteriores. Esto contribuirá también a conocer mejor nuestras raíces y nuestra forma de ser, nuestra idiosincrasia.
De lo que no cabe duda es de que ya forma parte del universo mítico y romántico de nuestra tierra, como el torero o la cantaora, como las guitarras o el buen vino. Lorca tendría que haberle dedicado un romance, aunque se inclinó por otro personaje de resonancias parecidas, Diego Corrientes, del que nos ha dejado un esbozo de drama. Pero esto forma ya parte de otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario